martes, 17 de noviembre de 2015

El monstruo puede despertar en el momento menos pensado


El monstruo puede despertar en el momento menos pensado. Ya te avisan cuando terminas la terapia, que nunca bajes la guardia, que esto no se cura, sino que simplemente se convive con ello aletargado en algún punto indeterminado entre las neuronas y las costillas y el estómago. Bueno, esto último no te lo dicen así, tal cual, pero es como yo me lo imagino y lo siento. Así son los trastornos alimentarios. Como decía, el monstruo puede despertar en el momento menos pensado. El mío lo hizo hace dos o tres semanas, en una visita al médico para algo que no tiene nada que ver con mi trastorno adolescente. De hecho, mis médicos actuales ni siquiera saben que fui anoréxica. En fin. El médico me pesó, y pesarse es algo tabú para mí desde hace muchos, muchos años. No importa que saliera de terapia, no importa que ya estuviera bien. Yo no me peso, o al menos no a mitad del día, vestida y delante de otra persona que pueda juzgar ese peso. Yo me peso muy raramente, y cuando lo hago es siempre recién levantada, desnuda, y cuando pienso que mi peso no va a superar el número que me hará sentir mal. Podría haberle dicho al médico que no quería pesarme, o que me pesara pero no me dijera cuánto peso. Pero eh, yo ya estoy recuperada desde hace años, quiero sentirme funcional y no quiero que este hombre piense que hay algo jodido en mi cabeza.

Pues sucedió que el médico me pesó, después de comer y con ropa (sin zapatos, eso sí), y el número que salió era un kilo más alto de lo que yo pudiera estar dispuesta a permitirme. UN KILO. UN PUÑETERO KILO. Que podría ser por la ropa, porque era después de comer, o simplemente porque sí. UN KILO. Sí, sé racionalizar y sé que no es para tanto. Pero en fin. Salí de la consulta pensando y sintiendo ese puñetero kilo. Lo comenté con mis amigos y mi familia, como para quitarle importancia, “¿Pues sabes que me han pesado hoy y resulta que estoy lo más gordita que he estado nunca? Jeje”. Pero aunque intentara racionalizarlo y silenciarlo, el monstruo había despertado.
Hace varias semanas de eso, tal vez ya un mes. Desde entonces me he encontrado evitando los carbohidratos para merendar y culpándome por no comer toda la fruta que según mis estándares debería estar comiendo. Me he sentido culpable al comer patatas con la cena. He tomado té sin azúcar y sin leche a pesar de querer un café con leche y azúcar, convenciéndome de que realmente era lo que me apetecía. Pero no nos engañemos, un té sin leche y sin azúcar tiene cero calorías. Cero culpabilidad. Y eh, soy feminista. Estoy súper concienciada de que mi cuerpo es un campo de batalla, de que el patriarcado me está bombardeando para hacerme desaparecer. Pero eso no ayuda. Eso te hace sentir aún más culpable. Culpable por estar comiendo cuando tu cabeza te dice que no lo hagas; culpable por sentirte culpable por comer cuando sabes que es el monstruo quien habla; culpable por escuchar la voz del monstruo a pesar de tus convicciones feministas. Una espiral sin fin de culpa y malestar.

Anoche me metí en la cama y lloré. Lloré porque me sentía horrible, lloré porque durante semanas he estado pensando que tenía que hacer algo con mi pelo y con mis uñas y con mi piel y con mi ropa y anoche me di cuenta de que ese no era el problema. Es curioso cómo mi mente ha sido capaz de codificar ese kilo de más para engañarme: en vez de hacerme sentir GORDA, sin más, lo cual podría detectar rápidamente como un síntoma de recaída en la anorexia, me hacía sentir incómoda con mi cuerpo, pero de otras maneras supuestamente no relacionadas con mi peso. Me estoy dejando crecer el pelo, así que me miro en el espejo y siento lo inadecuado de la fregona que me cuelga de la cabeza ahora mismo, que todos por supuesto están juzgando. Me miro las uñas, vírgenes, y siento la necesidad extrema de irme a un centro de manicura para que hagan algo con ellas, tan feas, tan vulgares, tan poco cuidadas. Mi ropa me parece desfasada, atascada indefinidamente en una adolescencia demasiado larga que ya hace años que pasó, pero que mi situación vital/laboral/social no me permite ni me invita a abandonar del todo. Tengo un par de granos en la cara, así que en vez de pensar que es porque he estado con la regla mejor pensar que es por tomar demasiado azúcar, y lamentarme por no tener el dinero para ir a hacerme una limpieza de cutis que me deje una piel impoluta. Pero anoche, llorando en mi cama, me di cuenta de que todo venía de UN PUTO KILO DE MÁS. El monstruo ha despertado, y es tan inteligente que sabe disfrazarse de pelo apagado, de uñas vulgares, de ropa inadecuada.

Me gustaría decir que ahora que lo he identificado se ha acabado el problema. Pero ya me lo dijeron muchas veces en terapia hace ya muchos años: los trastornos alimentarios no tienen que ver con tu cuerpo, sino con tu cabeza; nunca se curan, siempre están ahí, latentes; no bajes nunca la guardia, no te confíes. Mi cuerpo es un campo de batalla, y la guerra que me toca luchar es contra mí misma.

Caen bombas sobre Siria. Caen bombas sobre Palestina. Bombardean Ucrania. Bombardean Nigeria. Bombardean Iraq. Disparan bombas mediáticas en la dirección opuesta para que no veamos a los muertos; sólo importa Occidente. Nos inoculan el miedo a bombas calóricas con temporizador en nuestros ombligos esqueléticos para que no levantemos la cabeza y así no podamos ver a los cadáveres que nos rodean; sólo importas tú. Conviértete en esqueleto andante, debilítate hasta poder ignorar todos esos cuerpos mutilados, todos esos cadáveres sin tumbas y todos esos muertos en vida que no tuvieron el privilegio de poder elegir querer matarse.

Las opiniones que se publican no tienen por qué corresponderse con la de nuestra asamblea, pero vemos fundamental que podamos tener un espacio en el que expresarnos. Gracias por querer compartir con nosotras vuestras inquietudes y dar vida con ello a este blog, que tan sólo pretende acercar el feminismo y luchar contra el patriarcado.


No hay comentarios:

Publicar un comentario