El concepto de
empoderamiento o empowerment fue
propuesto por primera vez a mediados de los 80 por la red de grupos de mujeres
e investigadoras del Norte y del Sur denominada “DAWN” (Desarrollo Alternativo
para la Nueva Era), para aludir al proceso por el que las mujeres acceden al
control de los recursos simbólicos y materiales, y refuerzan sus capacidades y
protagonismo en todos los ámbitos. Desde este enfoque, el empoderamiento de las
mujeres abarca desde el cambio individual a la acción colectiva, e implica una
transformación radical en las estructuras y procesos que reproducen la subordinación
del género femenino.
Esta expresión volvió a utilizarse en 1995 durante la Conferencia Mundial de las Mujeres celebrada en Pekín para hacer referencia al aumento de la participación femenina en los procesos de toma de decisiones y acceso al poder.
En la actualidad, el empoderamiento femenino conlleva también la toma de conciencia del poder que ostentan las mujeres de manera individual y colectiva, y que va encaminada a la obtención de un reconocimiento completo como personas. Su finalidad es facilitar el acceso de las mujeres a los recursos y a la toma de decisiones, y conseguir que se perciban a sí mismas capaces y legítimas de ello.
Visto así se puede entender como un proceso por el que las mujeres aumentan la capacidad de configurar sus propias vidas a través de la libertad de elección y acción, así como de la expansión de sus recursos y fortalezas propias, junto al poder colectivo que las habilita para transformar su entorno.
Sin embargo, el término empoderamiento ha evolucionado mucho desde sus primeras acepciones, y en la actualidad su uso y significado se han extendido más allá de cuestiones relativas al análisis de género, pudiéndose aplicar a diferentes colectivos y ámbitos de la vida.
En este sentido, dentro del contexto socioeconómico, el empoderamiento hace referencia a la adquisición y desarrollo por parte de individuos y colectivos en situación de vulnerabilidad social de sus propias fortalezas y recursos, de tal forma que sean capaces de tomar el control de sus vidas de manera autónoma, convirtiéndose en protagonistas de su propio proceso, para poder mejorar su condición socioeconómica.
Por otro lado, en el ámbito político, este concepto puede ser interpretado como el proceso a través del cual se garantizan los derechos humanos y la justicia social a grupos que se encuentra en riesgo o en situación de vulnerabilidad social, lo que ha permitido que se conviertan en el eje central de algunas políticas sociales.
Cabe destacar que el proceso de empoderamiento se produce a dos niveles relacionados entre sí. Primero, cada sujeto debe empoderarse a nivel personal, lo que significa tener una adecuada autoestima, sentirse capaz de superar los obstáculos de la vida, contar con los recursos necesarios para ser autónomo, y ser capaz de tomar decisiones de forma libre. Y segundo, los individuos deben empoderarse a nivel colectivo, lo que conlleva que un grupo de personas empoderadas sean capaces de transformar su entorno a nivel social, económico, político, legal, institucional y organizacional. De esta manera, el empoderamiento se convierte en un proceso de adquisición de poder que comienza en el plano individual y se extiende al plano de lo social.
Es importante que ambos niveles vayan unidos pues, para que las mujeres actúen como un colectivo transformador deben estar emancipadas de las opresiones patriarcales. Es decir, solo si alcanzan la emancipación a nivel personal serán capaces de actuar a nivel colectivo para erradicar la desigualdad de género. De esta forma, el empoderamiento se configura como el instrumento que favorece que las mujeres adquieran e interioricen estrategias que las permitan romper con los roles de género y transformar y combatir las estructuras de opresión patriarcales presentes en sus vidas.
En definitiva, el empoderamiento sería un proceso personal mediante el cual un individuo toma el control sobre su vida, y a la vez, un proceso político por el que se garantizan los derechos humanos y justicia social de un colectivo en riesgo o situación de vulnerabilidad social, como pueden ser las mujeres.
Esta expresión volvió a utilizarse en 1995 durante la Conferencia Mundial de las Mujeres celebrada en Pekín para hacer referencia al aumento de la participación femenina en los procesos de toma de decisiones y acceso al poder.
En la actualidad, el empoderamiento femenino conlleva también la toma de conciencia del poder que ostentan las mujeres de manera individual y colectiva, y que va encaminada a la obtención de un reconocimiento completo como personas. Su finalidad es facilitar el acceso de las mujeres a los recursos y a la toma de decisiones, y conseguir que se perciban a sí mismas capaces y legítimas de ello.
Visto así se puede entender como un proceso por el que las mujeres aumentan la capacidad de configurar sus propias vidas a través de la libertad de elección y acción, así como de la expansión de sus recursos y fortalezas propias, junto al poder colectivo que las habilita para transformar su entorno.
Sin embargo, el término empoderamiento ha evolucionado mucho desde sus primeras acepciones, y en la actualidad su uso y significado se han extendido más allá de cuestiones relativas al análisis de género, pudiéndose aplicar a diferentes colectivos y ámbitos de la vida.
En este sentido, dentro del contexto socioeconómico, el empoderamiento hace referencia a la adquisición y desarrollo por parte de individuos y colectivos en situación de vulnerabilidad social de sus propias fortalezas y recursos, de tal forma que sean capaces de tomar el control de sus vidas de manera autónoma, convirtiéndose en protagonistas de su propio proceso, para poder mejorar su condición socioeconómica.
Por otro lado, en el ámbito político, este concepto puede ser interpretado como el proceso a través del cual se garantizan los derechos humanos y la justicia social a grupos que se encuentra en riesgo o en situación de vulnerabilidad social, lo que ha permitido que se conviertan en el eje central de algunas políticas sociales.
Cabe destacar que el proceso de empoderamiento se produce a dos niveles relacionados entre sí. Primero, cada sujeto debe empoderarse a nivel personal, lo que significa tener una adecuada autoestima, sentirse capaz de superar los obstáculos de la vida, contar con los recursos necesarios para ser autónomo, y ser capaz de tomar decisiones de forma libre. Y segundo, los individuos deben empoderarse a nivel colectivo, lo que conlleva que un grupo de personas empoderadas sean capaces de transformar su entorno a nivel social, económico, político, legal, institucional y organizacional. De esta manera, el empoderamiento se convierte en un proceso de adquisición de poder que comienza en el plano individual y se extiende al plano de lo social.
Es importante que ambos niveles vayan unidos pues, para que las mujeres actúen como un colectivo transformador deben estar emancipadas de las opresiones patriarcales. Es decir, solo si alcanzan la emancipación a nivel personal serán capaces de actuar a nivel colectivo para erradicar la desigualdad de género. De esta forma, el empoderamiento se configura como el instrumento que favorece que las mujeres adquieran e interioricen estrategias que las permitan romper con los roles de género y transformar y combatir las estructuras de opresión patriarcales presentes en sus vidas.
En definitiva, el empoderamiento sería un proceso personal mediante el cual un individuo toma el control sobre su vida, y a la vez, un proceso político por el que se garantizan los derechos humanos y justicia social de un colectivo en riesgo o situación de vulnerabilidad social, como pueden ser las mujeres.
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