¡Saludos feministas!
Para la escritora y psicóloga feminista Victoria Sau, el machismo lo constituyen “aquellos actos, físicos o verbales, por medio de los cuales se manifiesta de forma vulgar y poco apropiada el sexismo subyacente en la estructura social”, y a su vez define el sexismo como “el conjunto de todos y cada uno de los métodos empleados en el seno del patriarcado para poder mantener la situación de inferioridad, subordinación y explotación de la mujer”.
Así las cosas, se podría inferir que el machismo es la conducta, y está vinculado a las relaciones interpersonales; y el sexismo es el método o procedimiento, vinculado a lo institucional o estructural.
A pesar de ello, popularmente los conceptos de sexismo y machismo se utilizan indistintamente, entendiendo ambos como una ideología –fundada en prejuicios y estereotipos fuertemente influenciados por el entorno social– que discrimina y menosprecia a la mujer, considerándola inferior al hombre.
El machismo promueve la negación de la mujer como sujeto y la relega; o bien a objeto, invisibilizándola y deshumanizándola; o bien como mucho, si la considera sujeto, es únicamente entendible como “el otro género” y como complementario al masculino. Esta invisibilización comienza, sin ir más lejos, en el lenguaje, donde el masculino se considera el género “neutro” que puede englobar al masculino y al femenino o únicamente al primero. También se concreta en el ámbito doméstico, donde la persona que realiza habitualmente tareas del hogar y del cuidado de les hijes y la casa es la mujer; tareas socialmente nada valoradas y consideradas inherentes a ella.
El machismo también promueve la ya mencionada cosificación de la mujer, la cual materializa a través de la publicidad sexista, donde se instrumentaliza el cuerpo de la mujer, utilizándolo como reclamo, despojándolo de su individualidad; y convirtiéndolo en algo desechable y para uso y disfrute exclusivamente masculino.
Esta deshumanización es precisamente lo que justifica el último escalafón del machismo, el más duro, la violencia física y psicológica contra la mujer. Al entender el hombre que ella es un objeto de su propiedad, se ve en posición de –y sabe que tiene poder para– acosar, despreciar, insultar, humillar, agredir o incluso asesinar a la mujer.
Esto, junto con la cultura de la violación –que normaliza agresiones y abusos sexuales contra las mujeres y encima las culpa a ellas de lo que hicieron sus agresores– y junto con la violencia contra los derechos sexuales y reproductivos de la mujer –que le impide decidir sobre su cuerpo y su embarazo– conforman la estructura de sometimiento y sumisión perfecta para subyugar a las mujeres durante miles de años.
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